lunes, 9 de julio de 2012

CUANDO EL VIENTO SOPLA


Un hacendado poseía tierras en el litoral del Sur Atlántico. Constantemente anunciaba estar necesitando empleados. La mayoría de las personas estaban poco dispuestas a trabajar en esos lugares. Temían las horribles tempestades que barrían aquella región, haciendo estragos en las construcciones y las plantaciones.

Un día se presentó un hombre bajo y delgado, de edad media. ¿Usted es un buen labrador?  Le preguntó el hacendado. - Bueno, yo puedo dormir cuando el viento sopla.

Bastante confundido con la respuesta, el hacendado, que estaba desesperado por ayuda, lo empleó. Este pequeño hombre trabajó en el campo, manteniéndose ocupado desde el amanecer hasta el anochecer. Y el hacendado quedó satisfecho. Pero entonces, una noche, el viento sopló ruidosamente. El hacendado saltó de la cama, agarró una lámpara y corrió hasta el alojamiento del empleado. Sacudió al pequeño hombre y le gritó:

- ¡Levántate! ¡Una tempestad está llegando!  ¡Amarra las cosas antes que sean arrastradas! El hombre pequeño se dio vuelta en la cama y le dijo firmemente:

- No señor. Yo ya le dije que puedo dormir cuando el viento sopla. Enfurecido por la respuesta, el hacendado estuvo tentado a despedirlo inmediatamente. En vez de eso, se apresuró a salir y preparar el terreno para la tempestad. Del empleado se ocuparía después.

Pero, para su asombro, encontró que todas las parvas de heno habían sido cubiertas con lonas firmemente atadas al suelo. Las vacas estaban bien protegidas en el granero, los pollos en el gallinero, y todas las puertas muy bien trabadas. Las ventanas bien cerradas y aseguradas. Todo estaba amarrado. Nada podría ser arrastrado. En ese momento el hacendado entendió lo que su empleado le había querido decir. Y retornó a su cama.

Moraleja: Cuando vivimos una vida organizada y ponemos especial atención en los detalles, sabremos que disfrutar de un reparador sueño sera inevitable, aun en medio de las dificultades.

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